No es cuestión sólo de efectividad, sino de humanidad, de lo que nos es esencial para sostener el mundo en que vivimos, que sea posible comprendernos y convivir, que progresivamente vayamos ganando más espacios para el respeto y la paz.
Se trata de ESCUCHAR, esa práctica que a veces parece tan perdida, aunque pasemos tanto tiempo en nuestros dispositivos “inteligentes” consumiendo información. Porque escuchar no es una operación exclusiva del pensamiento, sino que es un acto que nos implica por entero.
Escuchar genera conexión, se trata de ser capaces de recibir al otro y también de ir hacia ese con quien nos comunicamos. Abrirse a escuchar, percibir por entero, es un riesgo real que nos va a transformar en cada interacción, ampliando nuestras posibilidades de ser y hacer.
Nuestra supervivencia depende de la capacidad para escuchar, de modo que podamos responder adecuadamente a lo que sucede en el entorno, e incluso seamos capaces de armonizar en el contexto aquello que viene de nuestro interior: nuestras necesidades, emociones, ideas, propuestas, visiones, proyectos.
Nos hemos acostumbrados a creer que las metas se alcanzan a fuerza de voluntad y, si bien es cierto que se requiere disciplina y dedicación para convertirnos en maestros de cualquier arte u oficio, es importante reconocer la necesidad de sincronizar un conjunto de elementos que no dependen únicamente de nuestro libre albedrío y decisión, sino de múltiples factores que escapan a nuestro control consciente, y que se movilizan de formas sumamente sutiles.
Escuchar es entonces respetar los ritmos que oscilan entre lo particular y lo universal, que se vinculan de forma tal que todo lo que requerimos para fluir entre los sucesos y las intenciones, es lograr conectarnos con nosotros mismos y eso que somos, también en constante evolución.
Reconocer además que la escucha es relativa y dinámica, siempre dependiente del lugar desde el cual recibimos la información o percibimos los elementos de una situación en la que interactuamos con otras personas. Eso nos alejará de “verdades absolutas” que no son otra cosa que rigidez.
Mantenernos abiertos, flexibles; ceder posición y experimentar la oportunidad de aprendizaje que eso representa; cooperar, mantener el foco en el resultado sin apegarnos; no defendernos ni forzar a otros a pensar como nosotros; permitirnos el error, reconocerlo y avanzar; cuidarnos y cuidar a los demás; todas son formas prácticas de escuchar, y en la medida en que más las integremos a nuestra cotidianidad, mayores niveles de percepción y conexión alcanzaremos.
Esta es mi invitación. Vamos a escuchar.
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