Una idea puede inspirar miles de pensamientos. Sin embargo, solo el procesamiento concienzudo y detallado de esta idea, puede derivar en la construcción de un discurso valioso, de una pieza con significado, de una campaña memorable, o cualquier otro producto comunicacional.
Este proceso de transformación y depuración no es algo estandarizado. Cada persona tiene métodos distintos de aproximación y tratamiento de una idea. Pero todos tienen algo en común: es posible quedarse estancados.
En muchas ocasiones, en el momento menos oportuno la idea parece quedar atascada en un callejón del que se resiste a salir. Las palabras no encajan, la imagen no convence, la campaña no cuaja. En momentos así, resulta inútil quedarse sentado y “pelear” con el computador. La mejor solución para esta sensación, es poner al cuerpo en movimiento.
Aunque parezca descabellado, no lo es. Cada vez son más los estudios corroborar y sustentan la relación del movimiento físico con el movimiento de los pensamientos. Más que por razones metafísicas, tiene que ver con razones de tipo biológicas. Nuestro cuerpo funciona a través de complejos procesos biológicos y químicos que se generan a partir de determinados estímulos. El movimiento promueve y estimula muchos de estos procesos internos.
Es así como el levantarse y dar un paseo, o simplemente cambiar la postura, puede “re-direccionar” el pensamiento, permitiendo la salida a esa sensación de estancamiento. Esto quiere decir que para desarrollarse, las ideas también necesitan motricidad.
Tomando en cuenta esta premisa, puede afirmarse que el discurso es producto de la acción corporal y gestual dirigida. Lo que se comunica es, en cierto sentido, un movimiento; el movimiento genera la imagen, la imagen moviliza al pensamiento.