Mi actos de comunicación podrían constituir movimientos de verdadero contacto real y con sentido, en relación conmigo y con otros. ¿Cómo se observa y se percibe este suceso y estado de conexión? Se trata de una experiencia particular (propia de cada individuo), pero es posible que se reconozcan ciertos aspectos comunes a todos: coherencia y balance en la expresión, claridad y fluidez en el transcurrir de la interacción.
“Libre y espontáneamente” no significa entonces fuera de control o con emocionalidad desmedida, se trata de lo opuesto, de conciencia y justa medida, de adaptabilidad dinámica a mis propias necesidades expresivas, las circunstancias, el contexto y el estado de las personas a las cuáles me estoy dirigiendo. Se entiende aquí esto no como represión sino como contención, es un arte similar al del chef: todos los ingredientes en el desarrollo del plato son colocados en el momento adecuado, en la medida correcta para producir un determinado sabor.
Así voy conduciendo los ingredientes de mi particular expresión: emociones, ideas, sensaciones, que van emergiendo como movimiento corporal, gestos, voz (con sus tonos y ritmos).
Por eso considero que la primera etapa para el desarrollo de nuestra expresividad es el autoconocimiento. Oradores, profesores, expositores, conferencistas, intérpretes, actores, y todo aquel que se dirija a otros con su voz, su cuerpo y sus palabras, requiere en primer término tener un ato grado de conciencia de sí mismo.
Si esto se asume como tarea primordial, entonces será posible el aprendizaje y desarrollo de una técnica real para el trabajo expresivo. Ese conjunto de técnicas expresivas se convertirían con el paso del tiempo en una segunda naturaleza, logrando así lo que todo orador, presentador, actor o cantante quiere: fluidez y espontaneidad.
La labor de desarrollo de la expresividad y la espontaneidad exige el desarrollo de nuevos hábitos, sugiero algunas acciones sencillas y concretas que pueden apoyar el proceso de autoconocimiento y de desarrollo de esa segunda naturaleza:
– Llevar un registro personal de experiencias cotidianas de interacción con otros: encuentros, conversaciones, negociaciones, desafíos en la expresión, etc.
– Mantener algún tipo de rutina de ejercicio o actividad física, para fortalecer el vínculo y la conciencia del cuerpo, así como desarrollar mayor capacidad expresiva.
– Realizar hasta las más pequeñas acciones cotidianas (levantarme de la cama, asearme, entre otras) colocando en ellas un mayor grado de atención y ocasionalmente cambiando el orden en que las realizamos, el ritmo o colocándols alguna intención adicional.
– Mantener un plan de lectura y fortalecer este hábito. Cotidianamente leer algún fragmento de cualquier libro o del dierio en alta voz.
– Memorizar en lapsos de tiempo determinados de acuerdo a mi nivel de actividad (uno a la semana o al mes) algún texto de mi agrado: poema, pasaje de una novela, monólogo de un personaje.
– Meditar, orar o realizar algún tipo de actividad similar para fortalecer mi vínculo interno con aquello que nos es desconocido o difícil de racionalizar.
Este conjunto de actividades, a las que pueden sumarse otras que seguramente el lector a estará imaginando, constituyen una plataforma concreta sobre la cual desarrollar capacidades de expresión y comunicación: la escucha, el ritmo adecuado para nuestras interacciones, el uso de la voz y la gestual, el abordaje del idioma, etc.
Sin una base en nuevos hábitos y una conciencia abierta y despierta en las interacciones cotidianas, sin cierto grado de conocimiento sobre mis propias características y cualidades para la comunicación presencial, los cambios que se intenten hacer en los aspectos técnicos de la expresión personal tendrán sólo un efecto pasajero, mientras que lo que estamos buscando son cambios permanentes, mayor apertura y naturalidad, en una frase: la expansión profunda de nuestra expresividad.