Lo encontré en alguna revista dedicada a temas de comunicación, hace más de 10 años, y a través de la lectura de aquellas palabras experimenté una especie de revelación, que para mi fue tan sublime como la primera vez que leí el “Demian” de Herman Hesse. Me sentía frente a una posible iniciación a nuevas formas de ver el mundo.
Como parte natural de mi formación en el área de la Comunicación Social, siempre había estado en la búsqueda de formas de percibir la realidad circundante, así como maneras de conexión con mi propia realidad subjetiva, el movimiento de mis emociones y la aparición de eso indescriptible en el interior que se hace intuición o imagen. Siempre pensé que las ideas y los conceptos me permitirían comprender lo que hasta entonces había estado ocurriendo.
Pero en el momento de leer esas líneas, las ideas y las palabras empezaron a ser para mi algo muy distinto a lo que antes eran –aunque he seguido intentando descubrir más profundos misterios en los libros y en el papel (sin éxito, por cierto)-, para irse convirtiendo paulatinamente en vivencia, sensaciones, convocatorias a la acción. Dicho brevemente, la palabra a veces evoca una imagen y la imagen es experiencia.
En aquel artículo Walter Benjamín me dejó saber que en los conceptos no se encuentra el conocimiento, pues ellos se ubican alrededor de los acontecimientos, intentando explicarlos y convirtiéndolos en algo que no son: aseveraciones que pretenden tener valor universal. Los conceptos se ubican en torno al asunto al cual refieren, conformando puntos de referencia que, una vez unidos por las líneas que dibuja quien los recibe, producen una imagen más o menos parecida a la que seguramente tuvo en su ser quien creó aquellos enunciados por primera vez.
Esa idea me estremeció pues nunca antes había comprendido que, esas líneas imaginarias que se dibujan en el firmamento, esa constelación constituida por el esfuerzo creativo y perceptivo de quien observa, son revelación de una experiencia que está tanto en la mente como en el cuerpo, y que es ello lo que realmente constituye el conocimiento: una imagen, conexión entre pensamiento y emoción, entre intelecto y cuerpo.
Y si en la imagen está el conocimiento y es ella también el lenguaje del alma (Krebs, 1998), no es difícil comprender que el cuerpo es nuestra principal vía de experimentación y aprendizaje, de contacto con las emociones y elaboración (incluso intelectual) de nuestras percepciones del mundo y, por lo tanto, de la realidad.
Esto es algo que todos sabemos porque todos lo llevamos como vivencia cotidiana.
Desde aquel momento se me hizo imprescindible probar las ideas a través del movimiento, tanto como registrar mis percepciones sobre el papel, intentando traspasar el límite entre los conceptos y la experiencia, entre las ideas y el conocimiento. Mi fantasía ha sido la del explorador que sigue un antiguo mapa que indica la existencia de distintas señales en el camino hacia alguna figura final, la cual termina estando justo en el bolsillo del propio pantalón.
A todas luces, no estoy diciendo nada nuevo, pero desde este punto es más sencillo rescatar el valor de la imaginación creativa al servicio de la producción del conocimiento, la generación de un saber humano, dinámico, que no intenta constituirse en verdad universal por los siglos de los siglos, sino ser un punto de referencia en el ahora para un individuo particular, de carne y hueso, que se mueve en calles con nombres propios y escapa, a veces, de los cálculos estadísticos.
Por ello reivindico el salto de las ideas en el cuerpo, el intercambio de saberes a través del juego y el movimiento, la elaboración de nociones por medio de las descripciones y la narración de experiencias.
Todo ello fue y ha sido para mi una búsqueda intuitiva que apenas ahora empiezo a colocar en palabras. Por ello el teatro, el canto, el arte de la oratoria, la expresión, han sido para mi las vías predilectas para experimentar y conocer. Debo agregar aquí como fundamental, aunque hasta ahora no he tenido la dicha de probarlo sistemáticamente, el baile, la danza.
Me refiero a todas ellas como experiencia individual y contacto íntimo con otros en la medida en que entramos en una nueva dimensión de la realidad intersubjetiva, no las traigo a colación como actividades de espectáculo o ámbito para la proliferación de estrellas de la farándula. Son, desde el punto de vista aquí planteado, modos de contacto con la realidad externa, producto y complemento del mundo interior.
Considero fundamental por ello que todo individuo tenga contacto con algunas de estas manifestaciones del alma humana, como parte de un ritual, entrando en un contacto más íntimo con su propio cuerpo (y como consecuencia con el de los otros individuos en su entorno), generando de forma dinámica un conocimiento útil para su vida.
Todavía más: un profesional de la comunicación, desde esta perspectiva, está obligado a trabajar con sus vías de contacto con el mundo (su cuerpo, su voz, sus sentidos) para ser capaz de elaborar ideas, mensajes, conceptos, que constituyan verdaderos puntos de referencia para el descubrimiento colectivo (grupal o individual) de la realidad que todos compartimos.
De otro modo, ¿cómo se puede crear e interpretar el mundo en el cual vivimos?