Por Markel R. Méndez H. (Director-Fundador de ECreativa)
Cuando compartimos con apertura la propia memoria recuperamos el sentido de comunidad, y recobramos la fuerza de tener un propósito en nuestra vida. Lo pude corroborar hace apenas unas semanas, trabajando con los adolescentes y las madres de Aldeas Infantiles Venezuela.
Para realizar este trabajo me trasladé al estado Zulia, primer día y medio en la Aldea de La Cañada de Urdaneta, luego idéntica jornada en la Aldea de Ciudad Ojeda. El objetivo estaba claro: sensibilizar y conectar a los participantes con sus Planes de Desarrollo Individual, es decir revitalizar la noción de proyectar un futuro posible y trabajar para alcanzarlo.
Los adolescentes que hacen vida en estas Aldeas han perdido el cuidado de sus padres y familias, de modo que esta organización les brinda un entorno seguro y amoroso para crecer y desarrollarse. Las mujeres que los cuidan, cumplen con el rol de Madres a tiempo completo, lo que permite el desarrollo de vínculos y la recuperación de la experiencia vital de ser protegidos y orientados.
El propósito de las Madres en Aldeas Infantiles Venezuela es atender y criar a los niños, niñas y adolescentes que han llegado; los jóvenes por su parte tienen la oportunidad de conducir su vida hacia un futuro mejor, partiendo de la comprensión de su situación y proyectando nuevas posibilidades para la realización personal.
Uno de los procesos que se impulsan en las Aldeas, es que tanto Madres como Adolescentes creen un “Plan de Desarrollo Individual” (PDI), actualizado cada año, para identificar metas y vías posible para alcanzarlas. Desde un punto de vista amplio, se les invita a soñar y visualizar en camino para mejorar personalmente y realizar objetivos concretos en sus estudios, actividades extracurriculares y potencial trabajo al momento de independizarse.
Para esto es necesario creer que es posible tomar decisiones sobre la propia vida, conducir el particular destino en cierta medida, comprender en definitiva que las elecciones que hacemos y las acciones que realizamos tienen un impacto significativo en nuestro futuro. En el presente puedo transformar lo que vendrá.
Desde mi punto de vista también es indispensable la reconciliación con el pasado, el perdón por las circunstancias que viví y la movilización hacia un lugar de aceptación con el ahora, para poder establecer bases que nos permitan perfilar un mañana de oportunidades.
Así que en esta oportunidad llegué a las Aldeas para explorar lo que cada uno de los Jóvenes y de las Madres sienten con respecto a sí mismos, lo que visualizan como proyección hacia el futuro posible. Mi intención fue desde el inicio escuchar sus voces y reforzar la particularidad de necesidades y deseos de cada uno, siempre como posible realización.
El trabajo con los Adolescentes
Me encontré con dos grupos de 40 jóvenes entre 14 y 18 años. Realicé una propuesta idéntica en cada caso, comenzando con una pregunta abierta acerca de si tenían conciencia de su capacidad para decidir su propia vida, establecer una ruta de acción hacia un futuro imaginado y posible. En general todos reaccionaron como si se tratara de una reflexión nueva, y enfocados más en las limitaciones de cada caso, todo lo que no es posible hacer o lo que puede obstaculizar el logro de sus objetivos.
Pero el proceso creativo exige que cuando visualicemos no limitemos, así que volví sobre la misma pregunta pidiéndoles que imaginaran cualquier posibilidad con la que se sintieran conectados: ¿qué quieres para tu futuro? ¿cuál es la experiencia que deseas tener? ¿cómo te gustaría llevar tu vida? ¿en qué oficio o profesión?
Rápidamente se entregaron al ejercicio, porque los jóvenes tienen esa energía creadora a flor de piel. Rápidamente empezaron a surgir imágenes, posibilidades, proyectos. La energía constructiva de unos pocos empezó a contagiar a los demás, y una vez que este caldeamiento grupal hubo ocurrido nos pusimos en la tarea de improvisar escenas. Uno tras otro pasaron a un escenario demarcado en una de las paredes del salón para representar sus visiones: aparecieron oficios, profesiones, aparecieron encuentros con viejos amigos adelantándonos 20 años al presente, se realizaron promesas de apoyo mutuo, se generaron sonrisas y esparcieron sensaciones de orgullo por lo logrado. Así se comprendió, porque se experimentó, que todo eso era posible.
Finalmente aparecieron los consejos, pero no los que yo como facilitador iba a dar a un grupo de adolescentes, tampoco los que suele ofrecerles día a día el Asesor Juvenil o la Trabajadora Social, sino los que ellos mismos, desde su posición, podían ofrecerse unos a otros. Así se reconocieron como válidas sus voces y sus perspectivas, así también entendieron que tienen su propia brújula interior y que depende de ellos mantenerse en el camino que han trazado para sí, o perderse en desvíos vanos.
Todo esto ha sido una primera etapa de trabajo con estos muchachos que tienen todo para forjarse un buen destino.
El trabajo con las Madres
Con las madres, unas 20 en cada Aldea, trabajé más la identidad y la memoria. Así como invité a los adolescentes a proyectarse hacia el futuro, a estas les propuse revisar el pasado.
¿Por qué una mujer cuya edad está entre los 35 y los 45 años en promedio, decide dedicar su vida a cuidar unos niños que no son los propios? ¿Cómo sienten su propia vida en esta circunstancia? Fuimos reflexionando sobre estos aspectos en las conversaciones iniciales.
La mayoría de ellas vienen de sus propias desgarraduras. En su pasado, a veces en la infancia, a veces en la juventud, se albergan duros conflictos, situaciones de ruptura, eventos que cambiaron para siempre la concepción que tenían de sí misma o de sus seres cercanos. Circunstancias que no estaban bajo su control las llevaron a recibir las consecuencias de malas decisiones tomadas en su entorno, o a generar ellas mismas opciones de vida que no fueron las mejores vistas ahora en la distancia.
De esas heridas emergió el amor y la entrega que ahora son capaces de ofrecer a los niños, niñas y adolescentes en las Aldeas. De allí también la fuerza para levantarse cada mañana y comprender la misión que les ha tocado cumplir, su valor y trascendencia.
Este planteamiento nos llevó a la improvisación escénica: todas las situaciones representadas, todos los roles generados, nos llevaron a la reconciliación con el ayer, el perdón e incluso la risa. Muchas de ellas retornaron a su infancia para recordar los juegos que disfrutaban, otras viajaron a su adolescencia y revivieron la primera amistad, el primer amor, los atrevimientos iniciales.
Apuesto a que esta experiencia los acerca a lo que están viviendo los adolescentes a su cargo, y facilitará el diálogo para construir hoy el mañana próspero y pleno que todos deseamos y esperamos.
Escena para el Encuentro y la Reconciliación
Fue una gran oportunidad la que tuve de experimentar este proceso de encuentro y reconciliación. Fue la escena, específicamente las técnicas del psicodrama (Juego de Roles, Improvisación Escénica) las que me permitieron esta aproximación. Todo fue compartir, escuchar y crear, con libertad, dejando a un lado los prejuicios, liberados de expectativas.
Esto siempre me devuelve la fe en el elemento humano, y en la posibilidad de los procesos de comunicación cara a cara, la dinámica del grupo que revitaliza también lo individual y sobre todo la posibilidad creativa que todos tenemos, que puede tener un alto y positivo impacto en nuestra propia vida.
Esto ha ocurrido en la Venezuela de hoy (Febrero 2014), donde todavía hay espacio para el encuentro.
Excelente labor. Nunca imagine que esto sucediera aquI, en mi paIs. Lo veo y lo creo muy util y extensible a otros espacios y grupos. F E L I C I T A C I O N E S
Sí, es mucho lo que tenemos por hacer, mucho lo que podemos hacer. Abrazos.